miércoles, 24 de febrero de 2016

Con la venia, señoría, voy a reírme

La puerta se abre bruscamente y un hombre entra dando traspiés en la sala interrumpiendo el juicio que se celebra en esos momentos. Ante el asombro general, el hombre cae de rodillas, se inclina hasta casi tocar el suelo con la cabeza y exclama entre sollozos: “¡Basta, basta, ese muchacho es inocente, la maté yo!”. Entonces, después de confesar su crimen, se atreve a incorporarse algo y comprueba que no conoce ni remotamente a nadie de los que están en la sala, que le miran boquiabiertos. “Pero… ¿no es este el juicio por el asesinato de Mary Flanagan?”, se atreve a preguntar a los presentes, que ni siquiera le responden. El intruso pide perdón avergonzado, se pone en pie y sale cerrando cuidadosamente la puerta.

Esa estrambótica escena no es real. Se debe a la imaginación del genial Woody Allen, que la incluyó en una de sus películas. Pero lo cierto es que en un ambiente tan poco propicio para el divertimento como el de los tribunales, donde a diario se viven situaciones  dramáticas, poblado de personas circunspectas y graves, se cuela de vez en cuando la risa. Estas son algunas anécdotas reales que han tenido como escenario las salas de vistas de Pamplona.

Durante una reciente visita a Pamplona el presidente del Consejo General de la Abogacía Española, Carlos Carnicer, recordó una anécdota relativa a un juicio por robo de ganado ocurrido en Los Monegros o Las Bardenas, no estaba muy claro dónde se habían producido los hechos. El juez había levantado la sesión y el abogado defensor, tras comentar algo sobre el desarrollo del juicio con el cuatrero, le preguntó cuando ya se encontraban a solas: “Bueno, ahora, entre nosotros, dime la verdad, ¿robaste las ovejas?”. “Eso creía, pero después de escucharle a usted no sé qué decirle”, respondió el acusado. Cabe deducir que la intervención del letrado fue muy convincente, aunque no consta si logró persuadir al juez de que a su cliente ni siquiera se le había ocurrido tocar a las ovejas, como había argumentado.

No es el único abogado al que ha sorprendido su defendido. Durante un juicio por contrabando de tabaco, el fiscal daba lectura a la acusación que incluía un informe de los investigadores de la Guardia Civil que habían intervenido en el caso. Según indicaban, le habían sido intervenidos, por ejemplo, 11.640 cartones de tabaco al acusado, quien al oír la cifra le dijo a su defensor en voz baja y en euskera: “¡Serán ladrones! ¡Se han quedado con 2.000 cartones!” En este caso de nada sirvió la intervención del abogado y el contrabandista fue condenado.

La conversación entre el letrado y su defendido no trascendió al resto de intervinientes en el juicio, pero en otros casos es toda la sala la que asiste perpleja a la declaración de alguno de los participantes. Todavía se escuchan en el Palacio de Justicia las carcajadas que provocó un testigo en un juicio contra quienes regentaban un local de alterne en las afueras de Pamplona. El hombre se encontraba en el lugar en el momento de la redada y en su declaración a los agentes de policía afirmó que en el local se ejercía la prostitución. Pero cuando el fiscal se lo recordó indicó que debían haberle entendido mal, porque lo que él había dicho era que era un bar en el que se ejercía “la Constitución, como en cualquier otro sitio de este país”. Se ignora si tan peregrina retractación formaba parte de la estrategia de un abogado un tanto desesperado o si fue fruto de la imaginación del testigo, pero lo que todos recuerdan es que hasta el juez lloraba de risa.

Hablando de prostíbulos, Ángel Ruiz de Erenchun, veterano abogado y ex decano del M.I. Colegio de Abogados de Pamplona, recuerda dos momentos divertidos y que tenían que ver con juicios relacionados con lupanares. “Yo esa no la viví, me la contaron. Cuando pusieron los micrófonos en la Audiencia antigua, hacia 1959 o así, hacía tres años que se habían cerrado las casas de prostitución. Aquí había una donde está el campus universitario, lo que ahora es el Instituto de Ciencias de la Familia era el chalé de la Aurora, que era un prostíbulo por el que pasó media Pamplona y como en todos solía haber jolgorio y algunas broncas. A raíz de alguna en la que alguien quedó lesionado hubo un juicio y cuando entró en la sala la dueña de la casa, la madame, muy flamenca, muy así, descarada y tal, y el presidente, que era muy serio, utilizó el micrófono para decirle: Haga el favor de comportarse la testigo con la dignidad y seriedad que esta sala de justicia merece. Y sin acordarse de desenchufar el micrófono, por la falta de costumbre, se volvió hacia el que tenía a su lado y comentó: Oye, ¡está cojonuda! Se oyó por toda la sala, claro, y aquello fue la juerga”.

Ángel Ruiz de Erenchun sí intervino en un juicio como defensor del acusado de asesinar al dueño de un puticlub de Fitero: “Era un cliente que se negó a pagar con el argumento de que aquello era un robo y que no tenía tanto dinero, y el dueño del local le dijo como no me pagues te echo a los leones. El cliente se fue pero volvió con una escopeta y le respondió que a ver si tenía cojones de echarle a los leones, el dueño fue a quitarle el arma y recibió un tiro a bocajarro que lo mató”. “Llegó el juicio –prosigue Ruiz de Erenchun- y el acusado alegó que tenía mucho miedo porque me iba a echar a los leones y tal, y el fiscal decía pero vamos a ver, por esa frase, una forma de decir las cosas… Luego llegó el testigo de cargo, que era el encargado del bar de alterne, y le preguntaron, oiga, el procesado dice que le habían amenazado con echarle a los leones, ¿es eso cierto?, y el encargado, que era un ribero con un vozarrón así –Ruiz de Erenchun reproduce una voz ronca y ruda- responde sí señor“. Sin poder aguantarse la risa sigue recordando: “Tanto dar vueltas al asunto al final el fiscal le preguntó que qué era eso de que iban a echarle a los leones y si es que era cierto que había. Sí señor. Caramba, ¿y dónde estaban? El ribero explicó que los tenían ¡en el jardín!, y el fiscal asombrado va y le dice ¿pero cómo eran los leones?. ¡Grandecicos! , contestó el encargado, y al día siguiente pusieron en el Diario de Navarra de titular: Los leones eran grandecicos”, concluye entre carcajadas el abogado.

También se ríe ahora, aunque el día de autos lo pasó bastante mal, un conocido abogado pamplonés al que le correspondió defender por formar parte del turno de oficio a un hombre acusado de ser el presunto autor de un delito de agresión sexual. En el espacio de la sala de vistas destinado al público había una nutrida representación de un colectivo feminista que mostró abiertamente su hostilidad tanto hacia el acusado como a su defensor, a cuyas intervenciones respondían con improperios y abucheos que llevaron al juez a advertir que iba a ordenar el desalojo de la sala si mantenían su actitud. Ya llevaban un buen rato de juicio y se produjo un descanso que fue aprovechado por los asistentes para salir a los lúgubres pasillos de la antigua Audiencia. Cuando lo hizo el abogado defensor tuvo que pasar entre las feministas, que le dijeron de todo mientras él componía una sonrisa nerviosa que fue interpretada por las mujeres como un gesto de chulería. A la vista del ambiente, optó por alejarse con rapidez, pero ellas le siguieron aún más ligeras y echó a correr, lo que hizo que la toga ondease a su espalda como una bandera. Una de las mujeres pudo agarrarla y el letrado se desprendió de la prenda sin detenerse, logrando finalmente refugiarse en otra sala. Al cerrar la puerta comprobó que ya no le seguían: se dedicaban furiosas a hacer jirones la toga mientras los agentes de la Guardia Civil que entonces vigilaban la Audiencia acudían a ver a que se debía semejante alboroto.





 

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